Este otro viaje del Beagle puede quedar en agua de borrajas. Es como si el primer Beagle hubiera llegado a las Galápagos y, justo ante la costa volcánica plagada de iguanas sorprendidas de ver a los marineros, y mientras Darwin (imaginen la escena con Stephen Maturin, como lo ponen en «Master & Commander») prepara sus cajas e instrumentos, el barco naufraga y nunca más se sabe nada. Pues algo así, pero con Marte. La antenita de 5 W de la sonda que ha debido caer sobre la superficie marciana lo mismo no funciona. Al menos no se ha logrado detectar en los diferentes intentos, ni desde la Mars Odyssey que trabaja estos días a modo de satélite de telecomunicaciones, ni desde el antenón Lovell de Jodrell Bank. Lo van a seguir intentando.
Hay tantas posibilidades de fallo en cada cosa que uno hace, más en una misión de este tipo, que lo sorprendente es que en este mundo (o en otro, como Marte) algo llegue a funcionar. Murphy nos habla de cómo sólo una de las múltiples secuencias de hechos -muchas veces gobernados por el azar- es la correcta. Al peso, lo más probable es que algo falle. La historia humana es intentar minimizar esa tendencia de todo a ir a su aire para que vaya al que uno quiere. Pero eso exige esfuerzo, y eso se traduce en nuestros tiempos en dinero. ¿Ha fallado la programación las tareas que deberían haber hecho que la Beagle 2 estuviera ya funcionando y comunicándose? Desde luego algo ha pasado.
La inercia tan humana a concatenar todo, a buscar sentido unificador incluso a lo que no lo tiene, hace que en estos momentos en que estamos sin noticias de Beagle 2 especulemos por un lado sobre responsabilidades, ineficiencias o incluso inepcias de quienes tenían en sus manos hacer todo. Pero, sobre todo, ya se está elevando la explicación mítica (o pseudomítica) de la «mala suerte con Marte». Es un hecho estadístico: casi dos de cada tres misiones enviadas a Marte han fallado. ¿Y? Se comienza a insinuar alguna especie de contubernio más o menos cósmico: que si esto no puede ser casual, que si hay algo en Marte que se resiste a dejarse conocer por los humanos, que si hay montajes inconfesados…
Estos días se recordará de nuevo aquel suceso del 28 de marzo de 1989, cuando los controladores de la misión rusa perdieron el contacto con la sonda Phobos. Poco antes una imagen enviada de la luna de idéntico nombre parecía tener una mancha con un objeto misterioso que dio mucho para la especulación y la necedad por parte de los vendendores de misterios. ¿Un ovni en Marte? Pues claro, no podría ser de otro modo, únase esto al asunto de la cara y las pirámides marcianas, a otras desapariciones a las que se les dota adecuadamente de misterios y ya tenemos montado el collage adecuado.
El hecho de que Marte sea tan parecido a la Tierra (aunque ciertamente tan diferente) disparó hace poco más de un siglo la ficción casi-científica de los marcianos constructores de canales de Percival Lowell. Desde entonces, el mito de los marcianos ha sido algo demasiado poderoso para olvidarlo sin más. La propia especulación de los científicos sobre la posibilidad de vida en Marte ha venido, en tiempos modernos, a recuperar ese status del planeta rojo como algo susceptible de ser lo bastante extraño como para que estas cosas, los fallos de las misiones, sucedan.
De esta manera, fallos técnicos y humanos, impericias en las innovaciones tecnológicas, desidia en los protocolos de control de riesgos, problemas con los recortes presupuestarios, y un largo etcétera de causas «mundanas» que permiten explicar los diferentes casos de la «mala suerte», son vistos como poco más que una cortina de humo ante la «verdad» que trasciende a todo. Aunque tal cosa no exista.
Javier Armentia es director del Planetario de Pamplona. Permitida la reproducción total o parcial. Incluso con modificaciones y mejoras al texto. Las únicas condiciones son que figure el nombre del autor primero (Javier Armentia) y de todos los que hayan introducido mejoras. Todas las copias deben llevar esta nota de CopyLeft. En el caso de usos comerciales, por favor, póngase en contacto con el autor.