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Meteoritos, cometas y el nacimiento del Sol
Javier Armentia

Mira, la estrella cometaEl próximo 4 de julio una astronave estadounidense, denominada Deep Impact, cuyo despegue se produjo el pasado 12 de enero, llegará junto al cometa 9P/Tempel-1 y lanzará contra él, a 37.000 km/h, un proyectil de 1 metro de lado, con un peso de 370 kg, provocando una explosión que vaporizará material del núcleo, permitiendo que los instrumentos de la nave y los telescopios desde la Tierra analicen su composición. Seis meses después, el 15 enero de 2006, otra misión espacial estadounidense, la Stardust, que fue lanzada el 7 de febrero de 1999, regresará a la Tierra con material procedente de la envoltura de otro cometa, el 81P/Wild 2, que sobrevoló el 2 de enero de 2004. Además, traerá polvo interplanetario que recolectó en varios momentos de su largo viaje por el Sistema Solar. Una tercera misión, esta vez europea, Rosetta, que comenzó su viaje el 2 de marzo del año pasado, llegará en mayo de 2014 hasta otro cometa, el 67P/Churyumov-Gerasimenko, donde se quedará en órbita durante año y medio, con un módulo que se posará sobre el cometa para medir in situ sus características.

Las tres misiones pretenden conocer mejor los cometas, estos astros melenudos que son parte de nuestro sistema solar. Una de las razones de este interés de los científicos planetarios es que el material del que están compuestos los cometas es similar al que formó los planteas hace más de 4.500 millones de años, a partir de una nube protoplanetaria que se agregó con gas y polvo en las fases de formación de nuestra estrella, el Sol. Ese material ha permanecido todo ese tiempo sin apenas modificaciones, salvo las producidas por los sucesivos acercamientos del cometa al Sol, cuando su energía volatiliza parte de sus capas exteriores.

Hay una verdadera carrera por conocer la historia de formación del Sol y de su sistema planetario. Aunque los elementos principales de la misma están trazados, existen numerosas incógnitas quese quieren despejar con estas misiones espaciales. Afortunadamente, también hay otros métodos: por ejemplo, el análisis de los meteoritos, piedras del espacio que caen sobre nuestro planeta, proporcionando a los geólogos la posibilidad de conocer, sin tener que viajar por el espacio, la composición material de nuestro sistema solar.

Meteoritos y estrellados

El pasado jueves 27 de enero se pudo ver en el cielo de Madrid, cerca de Torrejón de Ardoz, un bólido muy brillante al atardecer, posiblemente la entrada de un cuerpo cósmico (aunque aún no se ha confirmado y se estudiaba la posibilidad de que fuera basura espacial, reentrada de material terrestre mandado hace años al espacio). Un vecino de esa población aseguró haber encontrado un meteorito, el causante del fenómeno visual. Los medios de comunicación se hicieron eco del asunto, y también de las estrambóticas declaraciones del descubridor (aunque el hallazgo tampoco confirmado aún por los expertos) de que ante el desinterés de los científicos españoles iba a entregar su meteorito a los norteamericanos.

Dejando aparte lo chusco de estas declaraciones, no se podría estar más equivocado: cada meteorito encontrado es de mucho interés para los expertos, que intentan analizar su composición para poder clasificarlo en las diferentes tipologías conocidas. A veces esos cuerpos son, además, objeto de especial estudio porque con ello se puede conocer cómo fue el origen de nuestra estrella. En este episodio tan de España cañí, posiblemente se pierda la oportunidad de saber si así podría haber sido.

Polvo de supernovas

Afortunadamente, no siempre es así. El 24 de enero se publicaba en PNAS (publicación de la Academa Nacional de Ciencias de EEUU) el análisis de un meteorito chino, el de Ninggiang, por parte de un equipo chino-estadounidense. En este pedrusco, una condrita carbonácea, como la catalogan los geólogos, han encontrado una proporción no habitual de algunos isótopos de Cloro y Azufre. La proporción de ciertos isótopos es utilizada por los geólogos para poder datar los meteoritos, y además, puede permitir información sobre la propia antigüedad de la materia de nuestro sistema solar. En este caso, se ha podido comprobar que en los primeros momentos de la vida de nuestro sistema solar existían aquí núcleos de Cloro-36, una especie atómica de corta vida (tiene una vida media de desintegración de 300.000 años) que sólo podría haberse formado bien por una explosión de supernova cercana o bien por la irradiación de la nube de la que se formó nuestra estrella por alguna fuente muy energética de partículas.

Parece ser más probable el primer caso: nuestro Sol nació poco después de la explosión de una estrella masiva cercana, que sembró de ciertos isótopos la nube que se contraía debido a la propia gravedad. Hace seis meses, un análisis similar de otros meteoritos por parte de científicos de la Universidad del Estado de Arizona (EEUU) seguía la traza en varios de ellos de productos de desintegración del isótopo Hierro-60, también de corta vida. Su hallazgo fue publicado en Science.

Las estrellas como nuestro Sol se forman a partir de una nube de gas y polvo relativamente fría, normalmente como parte de un grupo amplio de formación de estrellas, en las que también nacen estrellas de masa decenas de veces superior a la del Sol, que tienen corta vida y acaban explotando como supernovas, emitiendo una gran cantidad de energía, ondas de choque y núcleos atómicos que se han producido en esa explosión. Se trata de lugares de formación estelar muy activos y violentos, que dejan trazas químicas reconocibles en la vida de las estrellas.

Se pensaba que nuestro Sol podría haber nacido, sin embargo, en un entorno más tranquilo, una evolución más lenta del colapso de esa nube, probablemente inducido por una explosión de supernova. Sin embargo, la presencia de los isótopos encontrados en los meteoritos, dato que se espera confirmar también en los análisis de la materia cometaria, podrían indicar más bien un nacimiento violento, en una zona con mayor densidad de estrellas.

Guarderías cósmicas

Los astrónomos observan con interés regiones del espacio en las que se están formando estrellas. Aunque el proceso de formación de una estrella como el Sol lleva muchos millones de años, la observación de nubes diferentes permite establecer conclusiones sobre cómo se da este proceso. En los últimos años, regiones de formación como la Gran Nebulosa de Orión, la Nebulosa del Águila o la Nebulosa Trífida, han sido analizadas con gran detalle, encontrándose cómo la formación de una estrella se da normalmente en grupos grandes, tras el influjo del nacimiento de alguna estrella muy masiva, que ioniza el gas en su entorno y crea ondas de presión (ondas de choque) capaces de comprimir otras nubes y fomentar la creación de nuevas estrellas.

En unos centenares de miles de años se forman en sus cercanías estrellas de masa reducida, como el Sol, inducidas primero por la onda de choque y luego afectadas por la radiación ionizante y las partículas provenientes de la supernova. Algo así sucedió hace 4.500 millones de años cuando nuestro Sol se formaba, en una zona que podría ser bastante parecida a las nebulosas citadas. Los meteoritos, quizá los cometas como el 9P/Tempel-1, guardan las pruebas de esos inicios explosivos.

Javier Armentia es director del Planetario de Pamplona

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