El observatorio europeo de rayos X denominado XMM-Newton, fue lanzado al espacio a finales de 1999. Desde entonces, un complejo sistema de espejos cilíndricos que permiten enfocar la luz de alta energía ha estado observando numerosas fuentes luminosas de todo el Universo. Y, entre ellas, el misterioso conglomerado de materia que existe en el centro de la Vía Láctea. Los rayos X se generan en procesos muy energéticos, cuando la materia se somete a temperaturas de millones de grados o, también, cuando se aceleran partículas a temperaturas cercanas a la de la luz por la acción gravitatoria y de campos magnéticos. Algo muy violento está sucediendo en el centro de nuestra galaxia.
La Vía Láctea
Nuestro Sol, con otros 300.000 millones de estrellas, (todas las que podemos ver a simple vista en el cielo, que son unas seis mil y muchas otras que sólo son accesibles a los telescopios) gira en torno al centro de la Vía Láctea, que tiene una forma de disco con espirales de mayor densidad. Con un diámetro de más de 100.000 años-luz y un espesor que, en la zona del Sol, a 27.000 años-luz del centro, es sólo un 10% de ese diámetro.
Viendo lo invisible: Radioastronomía
El centro galáctico, en la constelación de Sagitario, es inobservable desde nuestra posición, por la gran cantidad de estrellas y nubes de polvo y gas que hay en esa dirección: los árboles no nos dejan ver el bosque. Pero las ondas de radio, el infrarrojo o los rayos X y gamma pueden penetrar esas densas regiones y gracias a ello los astrónomos han ido conociendo qué hay por allí: estrellas que están naciendo en cúmulos que son miles de veces más densos de lo habitual en las zonas más externas; nubes moleculares y nubes de gas ionizado que están girando alrededor de un objeto muy denso en el mismo centro, un agujero negro con una masa equivalente a la de un millón de soles.
La primera detección de que algo sucedía en el centro galáctico coincide con el nacimiento de la radioastronomía: de hecho, Sagitario A fue la primera fuente de ondas de radio extrapolar que detectó el pionero de esta técnica Karl Jansky a comienzos de los años 30. Como suele suceder, fue un descubrimiento casual: este ingeniero analizaba el ruido que producían unas antenas de radio, y notó que había uno que se repetía una vez casi cada 24 horas, exactamente cada día sidéreo. Comprobó que cada vez que el haz de la antena coincidía con la posición de la constelación de Sagitario, se repetía la emisión.
Desde entonces, las observaciones de radio han ido ganando en sensibilidad y precisión: gracias a conjuntos de antenas que trabajan simultáneamente, los denominados interferómetros de larga base, se pueden conseguir mapas con una resolución equivalente a menos de un año-luz de distancia. En ellos aparecen diversas fuentes de radio: una central, que se asocia con el mismo centro, rodeada de zonas donde se están formando estrellas, en cúmulos muy densos, en los cuales la distancia entre ellas es sólo de unas mil unidades astronómicas (es decir, mil veces la distancia de la Tierra al Sol: en nuestra región de la Galaxia, la distancia promedio es trescientas veces mayor).
Congestión en el centro galáctico
Las observaciones en el infrarrojo han permitido comprobar que hay un cúmulo de varios millones de masas solares en una región de sólo 3 años-luz de diámetro alrededor de ese centro, y que las colisiones entre estrellas son relativamente frecuentes, a un ritmo de una cada millón de años. En 1997 se encontró en esa región la estrella más masiva conocida, denominada Estrella Pistola, con una masa equivalente a doscientos o doscientos cincuenta soles, que se estaba disgregando debido a su excesivo tamaño. Observaciones con el telescopio Keck, de Mauna Kea (Hawai) han comprobado que las velocidades con que se desplazan esas estrellas llegan a ser de 1000 km por segundo (es decir, casi cuatro millones de km/h).
Alrededor de este supercúmulo central hay un anillo de polvo y gas frío, condensado en moléculas que da vueltas alrededor. Sufre la acción de las ondas de choque que producen las explosiones de las estrellas del interior, que son muy masivas y de corta vida (unos pocos millones de años), y que acaban explotando como supernovas. Hacia el exterior, diversas estructuras de materia siguen las líneas del campo magnético de la Galaxia: se trata de gas ionizado que va escapando de esas explosiones.
¿Y en el interior? Los astrónomos utilizan el término agujero negro para referirse a objetos tan densos que en ellos la gravedad llega a una intensidad capaz de impedir que la misma luz escape del objeto. Por supuesto, cualquier cosa que cae sobre un agujero negro no puede escapar. Alrededor de estos tragones cósmicos, la materia va cayendo, calentándose por la creciente velocidad y compresión, y emite radiación luminosa antes de pasar por el punto de no retorno: el horizonte de sucesos, como se llama en Física. En 1974 se comprobó la existencia, dentro de Sagitario A, de una fuente compacta de radioondas, denominada Sgr A* que corresponde con ese objeto.
En el ojo del huracán
En octubre de 2002, un equipo de científicos del Instituto Max Plank de Astrofísica (Garching, Alemania), consiguió observar el movimiento de alguna de las estrellas que orbitan en torno al centro de nuestra galaxia y, calculando el periodo, tener una estimación directa de la masa del agujero negro central. El valor que obtuvo el equipo de Rainer Schoedel es de entre 2,6 y 3,7 millones de masas solares. Las observaciones con rayos X de esa región central, además, muestran que las emisiones se producen cerca de ese agujero negro debido a aniquilaciones entre materia y antimateria proveniente de las explosiones de supernova. Y todo comprimido en un tamaño similar al de la órbita terrestre: 150 millones de km.
Sin duda ese núcleo es un hervidero de energía y partículas, que además está girando rápidamente, usando como motor la energía que produce la materia al caer sobre él. En 1974 el astrónomo británico Sir Martin Rees propuso que en el centro de muchas galaxias podrían existir objetos supermasivos, agujeros negros que se fueron formando desde el comienzo de la formación de las galaxias, por cúmulo de la materia más densa del núcleo. Desde entonces, los estudios de muchas galaxias han confirmado que, si bien no en todas, esto sucede con mucha frecuencia. Y, en nuestra Galaxia, es un hecho.
Más información
- Mapa VLA de la región central de la Vía Láctea, Observatorio Naval estadounidense (en inglés).
- Tutorial sobre el centro galáctico de la Universidad de California (en inglés).
- Viaje al centro de la Galaxia, de Angelle Maria Tanner, Universidad de California (en inglés).