La Adoración
Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos
que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén diciendo:
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su
estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle». (…) después se
pusieron en marcha, y he aquí que la estrella que habían visto en el
Oriente, iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del
lugar donde estaba el niño.»San Mateo 2, 1-10
Cada año por estas fechas muchos asistentes al Planetario de la Casa
de las Ciencias solicitan que se les muestre la estrella de Belén. La
pregunta es peliaguda, pues a falta de un astro singular al que
señalar con dedo acusador, la respuesta adquiere un tono
inevitablemente vago en el que se mezclan hechos astronómicos e
interpretaciones históricas que, dicho sea de paso, no suelen dejar
satisfecho a nadie. Por ello, partiendo de que la Biblia no es una
crónica histórica y de que podemos reproducir con bastante fidelidad
los acontecimientos astronómicos que rodearon el nacimiento de Jesús,
vale la pena profundizar en este apasionante asunto encarando algunos
de los conflictos que surgen cuando la ciencia arroja su mirada sobre
acontecimientos históricos o mitológicos.
Los protagonistas
Según Mateo, Jesús habría nacido al final del reinado de Herodes,
quien según Flavio Josefo consumió sus últimos años entre severas
convulsiones, úlceras diversas, gangrena de sus partes privadas y,
posiblemente, una paranoia que le llevaba a asesinar a todo aquel de
quien sospechaba que ponía en peligro su mandato. Herodes no era muy
querido por su pueblo, que veía con desagrado la progresiva
romanización de Jerusalén. La complacencia del Rey hacia las
costumbres del opresor explica además que aunque la astrología
no tuviese demasiado predicamento entre los judíos, Josefo narre
varios episodios de la vida de Herodes que confirman su fe en la
influencia de los astros en los asuntos humanos. Por otra parte,
resulta interesante comprobar que este historiador no hace referencia
alguna a la matanza de los inocentes que, según Mateo, sucedió a la
visita de los Magos.
Para rastrear el origen de los Magos de Oriente debemos remitirnos a
los escritos de Herodoto, otra de las fuentes fundamentales de esta
época, que describe a los Magoi como una casta de sacerdotes
zoroástricos procedentes de Persia que dominaban el arte de la
curación y la astrología. Aunque el poder de los Magoi se encontraba
en franca decadencia, podemos suponer que mantenían intacto su
prestigio como astrólogos, especialmente si tenemos en cuenta que
esta práctica era muy apreciada por los romanos. Hay que destacar que
el evangelio de Mateo, el único que recoge este episodio, no menciona
el número ni los nombres de los Magos que acudieron a la corte de
Herodes. Mientras que en las pinturas de las catacumbas romanas
aparecen representados dos o cuatro, según la Iglesia de Siria eran
doce, cantidad que los coptos elevaron hasta sesenta. En el siglo V
el papa León el Grande fijó oficialmente su número en tres.
¿Puede predecirse el nacimiento de un rey?
Las profecías juegan un importante papel en las religiones antiguas.
Sin embargo, por muy sabios que fuesen los Magos, lo cierto es que
nadie puede predecir el nacimiento de un rey o cualquier otro
acontecimiento guiándose por las posiciones de los astros en el
cielo. La astrología en tiempos de Cristo todavía conservaba su
esencia babilónica basada en la creencia de que los planetas eran
seres divinos capaces de influir en nuestros asuntos. En aquel
tiempo, y a falta de una explicación mejor, esta hipótesis era tan
buena como cualquier otra, pero hoy resulta totalmente inaceptable.
Debemos asumir por tanto que este relato es un recurso literario con
el que Mateo pretende realzar el nacimiento de Cristo. Cabe incluso
la posibilidad de que algún astrólogo calculase retrospectivamente si
en fechas cercanas a dicho nacimiento se había dado alguna situación
astronómica digna de mención, y que esta predicción a
posteriori hubiese sido incorporada por Mateo bajo la forma de la
Adoración de los Magos. La aparente precisión de la predicción se
explica por tanto en virtud de la paradoja del tirador
infalible, aquél que dispara contra una pared y luego dibuja la
diana alrededor de los impactos.
Hay otros indicios de que esta parte del relato de Mateo es
esencialmente literario. Por ejemplo, los regalos de los Magos: oro,
incienso y mirra, se corresponden respectivamente con los símbolos
tradicionales del reyes, el dios y el hombre, lo que sin duda parece
fruto de la interpretación cristiana del significado del nacimiento
de Jesús. Así pues, y en definitiva, debemos considerar que lo
importante del relato no es que sea verídico, sino que resulte
plausible para un lector de la época.
Señales en el cielo
Una vez que hemos puesto al descubierto la esencia del misterio de la
Estrella de Belén podemos recrearnos tranquilamente en la exploración
de los fenómenos astronómicos que un astrólogo, quizá relacionado con
los Magoi, podría haber escogido para adornar el nacimiento de Jesús.
De hecho, en las sociedades primitivas la astrología contribuía al
estudio de los movimientos de los astros tanto como podía hacerlo la
búsqueda de un calendario que permitiese organizar las actividades
agrícolas. Sin embargo, esta aportación al conocimiento astronómico
cesó cuando los astrólogos comenzaron a disponer de cartas celestes
que les permitían aproximar las posiciones de los planetas sin
necesidad de mirar al cielo.
Existen multitud de estudios sobre los fenómenos astronómicos que los
astrólogos podían asociar con una señal que anunciaba la llegada de
un rey. Muchos de ellos incorporan sesudas disquisiciones sobre la
fecha real del nacimiento de Jesús, pues la información que dan los
evangelios no permite determinar una fecha exacta. En cualquier caso
y a la luz de lo aquí expuesto, esta incertidumbre es irrelevante y
podemos asumir el margen más amplio con el que trabajan los expertos,
lo que nos sitúa entre los años 12 y 1 a. de C.
Cometas
Los cometas aparecen de forma inesperada, permanecen visibles durante
varios meses y se desvanecen sin dejar rastro. Se trata de cuerpos
helados de pocos kilómetros de diámetro que ocasionalmente se
precipitan desde los confines del Sistema Solar hacia el centro del
mismo. En un principio es fácil confundirlos con cualquiera de los
objetos difusos que abundan en el firmamento como galaxias, nebulosas
o cúmulos de estrellas. Sin embargo, a medida que se acercan a
nuestra estrella y debido a la acción del viento solar despliegan una
espectacular cola que puede alcanzar hasta cuatro veces la distancia
entre la Tierra y el Sol.
Afortunadamente los astrónomos chinos nos han legado sus cuidadosos
registros de los cometas visibles en la época del nacimiento de
Jesús. Así, sabemos que entre los años 11 y 4 a. de C pudieron verse
hasta tres cometas, siendo el primero de ellos el famoso Halley que
con un período aproximado de 76 años nos visitó por última vez en
1986. Este cometa se ha hecho visible en cada una de las treinta
visitas que han quedado registradas desde el año 240 a. de C. Sin
embargo, en casi todas las culturas primitivas los cometas se
consideraban portadores de malas noticias, por lo que es poco
probable que los Magoi pudieran relacionarlos con el nacimiento de un
rey. A pesar de ello muchas de las escenas de la adoración, entre
ellas el conocido cuadro de Giotto en la Capilla de la Arena en
Padua, presentan la estrella con la forma de un cometa.
Novas y supernovas
La aparición de una estrella brillante en el firmamento no puede
pasar desapercibida para astrónomos experimentados como sin duda eran
los astrólogos persas y babilonios, o más aún, para los chinos que
nos dejaron los registros más detallados de este tipo de fenómenos.
De las distintas fuentes de la antigua China sólo una menciona una
nova en el período que nos interesa, datada a finales del invierno
del año 5 a. de C. Sin embargo, estos fenómenos son tan
espectaculares que la falta de confirmación por otras fuentes es
suficiente para hacernos dudar de su existencia. Johannes Kepler fue
el primero en apuntar la posibilidad de que la Estrella de Belén
respondiese a uno de estos fenómenos, quizás influenciado por la nova
de 1604 que llegó a superar en brillo aparente al del planeta Júpiter.
En la actualidad sabemos que estos fenómenos no están asociados al
nacimiento de nuevas estrellas, sino que se trata de astros que en
las últimas etapas de su evolución experimentan cataclismos capaces
de incrementar su brillo entre miles y millones de veces. De hecho lo
que los primeros astrónomos denominaban novas pueden responder a dos
tipo de fenómenos distintos. Las novas propiamente dichas se dan en
sistemas binarios en los que una gigante roja transfiere parte de su
materia a su compañera enana blanca hasta que ésta revienta en una
gigantesca explosión termonuclear. Cada año tienen lugar entre diez y
quince novas en nuestra galaxia, pero aunque en este proceso la
estrella original multiplica por mil su brillo aparente, sólo unas
pocas pueden verse desde la Tierra.
El segundo fenómeno, más raro pero también más espectacular, es el de
las supernovas, grandes estrellas que en las últimas fases de su vida
agotan su combustible nuclear y sufren un desplome gravitatorio que
comprime su núcleo hasta alcanzar densidades difícilmente
imaginables. En su fulminante caída hacia el centro, las capas
exteriores de la estrella se encuentran con el núcleo impenetrable y
rebotan en una monstruosa explosión que puede liberar más energía que
la que emiten juntas todas las estrellas de una galaxia. En la Vía
Láctea tiene lugar una de estas explosiones cada tres decenios, y
otras, como la de 1987 en la Gran Nube de Magallanes, se registran en
galaxias vecinas. Aún así desde el año 1000 sólo seis de estas
explosiones han podido observarse a simple vista.
Conjunciones
Desde que Johannes Kepler lo intentara por primera vez en el siglo
XVI, muchos astrónomos han rastreado las aproximaciones de planetas
que pudieran haber despertado el interés de los astrólogos en las
fechas cercanas al nacimiento de Cristo. Como veremos, cada año se
producen varias conjunciones que cualquiera puede denominar
acontecimientos extraordinarios si se corresponden con la
profecía adecuada. Profecía cuya formulación, por otra parte, suele
ser lo suficientemente vaga como para encajar en muchas situaciones
distintas.
Las órbitas de los planetas alrededor del Sol se mantienen
prácticamente en el mismo plano: si redujésemos el diámetro del
Sistema Solar al de un disco de vinilo su grosor sería de unos pocos
centímetros. Es por ello que un observador terrestre siempre
encuentra al Sol y los planetas en una estrecha franja que atraviesa
las constelaciones zodiacales. Como las velocidades orbitales son
distintas, cada vez que se produce un adelantamiento los planetas
aparecen juntos en el cielo, a veces tan juntos que durante unas
horas pueden llegar a confundirse con un único astro mucho más
brillante.
La espectacularidad de una conjunción depende de lo mucho que lleguen
a aproximarse los planetas. Si tenemos en cuenta que el ojo humano es
capaz de separar puntos brillantes que se encuentran a más de una
décima de grado (el disco lunar ocupa medio grado), cualquier
conjunción en la que la separación sea menor dará lugar a una
temporal fusión de planetas. Desde el año 2 a.de C. se han
producido nada menos que 128 conjunciones de este tipo entre Venus y
Júpiter. Si sumamos las protagonizadas por las parejas Venus-Saturno
(98), Marte -Saturno (35), Marte-Júpiter (57) y Júpiter-Saturno (3)
el número total asciende a 321 , es decir, casi una conjunción
espectacular cada lustro, a las que aún habría que sumar los eclipses
y ocultaciones protagonizadas por la Luna.
Si relajamos nuestras exigencias y contamos las ocasiones en que dos
planetas se juntan con menos de un grado de separación (dos veces el
disco lunar), encontraremos que sólo en 2002 se producirán la
friolera de diecinueve conjunciones, lo que sugiere que
estadísticamente, al menos una vez al año se produce una conjunción
notable en cada constelación del zodíaco. Como se puede ver, la
astrología siempre encontrará en el cielo material suficiente para
asociar cualquier evento terrenal con una situación astronómica que
podría pasar por excepcional.
Los astrónomos han llamado la atención sobre tres conjunciones
especialmente relevantes. La primera de ellas tuvo lugar en febrero
del año 7 a. de C., cuando Júpiter y Venus se reunieron muy cerca del
Sol, en la constelación de Pisces.
En Mayo de ese mismo año se produjo otra conjunción que tuvo como
protagonistas a Júpiter y Saturno. La misma situación se reprodujo
dos veces más en los meses de Octubre y Diciembre. Esta triple
conjunción es especialmente significativa porque tuvo lugar en la
constelación de Acuario, todavía cerca de Pisces. Aunque los Peces
son un conocido símbolo de los albores del cristianismo, no tenemos
muy claro si en tiempos de Cristo los astrólogos atribuían al pueblo
hebreo alguna relación con esta constelación.
El estudio de la astrología de la época ha permitido a algunos
investigadores proponer una tercera conjunción que habría tenido
lugar en el año 6 a. de C. La hipótesis se basa en la existencia de
unas monedas de la época en las que aparece representado un carnero
bajo una estrella. Dado que existen indicios de que Aries era el
signo zodiacal más ligado al pueblo judío, las dos ocultaciones de
Júpiter por la Luna en esa constelación han sido consideradas por
algunos como el signo esperado por los Magos del relato.
Bólidos y estrellas fugaces
Las lluvias de estrellas fugaces pueden alcanzar tal intensidad
(miles de meteoros por hora) que en ocasiones han sido confundidas
con la llegada del fin del mundo. Las estrellas fugaces son el
resultado de la entrada en la atmósfera de materia espacial que la
Tierra atropella a medida que recorre su órbita alrededor del Sol. El
tamaño típico de estas partículas oscila entre el de un grano de
arena y una pepita de uva. Al entrar en la atmósfera a gran velocidad
estas partículas calientan las moléculas del aire dejando un rastro
incandescente similar al de un rayo. Las lluvias de estrellas fugaces
están asociadas a la materia procedente de la cola de cometas cuya
órbita se cruza con la de la Tierra. Como dicho cruce se produce
siempre alrededor de las mismas fechas, las lluvias de estrellas
fugaces se convierten en fenómenos relativamente predecibles.
Los bólidos figuran entre espectáculos más sobrecogedores que nos
puede deparar el firmamento. En comparación con las estrellas
fugaces, de las que cada noche podemos observar varias, los bólidos
son más raros y generan estelas luminosas que pueden persistir
durante varios minutos. Sin embargo, como estos fenómenos tienen
lugar a unos 100 kilómetros de altura, sólo son visibles desde
aquellos lugares que queden más o menos bajo de la trayectoria del
meteoro.
Entonces, ¿no existió una estrella de Belén?
El relato de los Reyes Magos figura entre las primeras creencias que
adquirimos a lo largo de nuestra vida y además está ligado a la
intensa experiencia que supone la noche de Reyes en la que se
materializan nuestros sueños infantiles. Sin embargo, asumir que el
nacimiento de Jesús fue anunciado por una circunstancia
astronómica que figuraba en alguna profecía supone un acto de fe
demasiado exigente. Como hemos visto, el cielo depara suficientes
efemérides extraordinarias como para que cualquier evento
terrenal quede reflejado por un signo en el firmamento. La capacidad
humana para relacionar acontecimientos aparentemente dispares no tiene
límites, pero al mismo tiempo que da pie a todo tipo de creencias
infundadas también juega un papel fundamental en el desarrollo de la
ciencia. Al fin y al cabo, las asociaciones inverosímiles son el
alimento fundamental de la imaginación y la pulsión creativa.
Más información
- Tras
la pista de los Reyes Magos y la Estrella de Belén (Astronomía
Digital). Artículo escrito por Jesús Gerardo Rodríguez Flores, en
el que se realiza un análisis del posible
origen astronómico de la Estrella de Belén.