C. Secretario de Educación Pública, Dr. Reyes Tames Guerra.
Señores rectores y funcionarios.
Distinguido público.
Me toca ser en esta ocasión el depositario de algo más que un premio o un
halago personal: de la esperanza de poder continuar con mayor fuerza, en una
vieja tarea que ya cumple 30 años.
SOMEDICYT, con su existencia y sus actividades, le ha dado formal presencia
a una labor no recién inventada, sino existente desde que la ciencia comenzó
a florecer en este país. Pero SOMEDICYT ha creado una presencia digna en la
figura del llamado divulgador. Aquí estamos.
No concluye el debate al tratar de perfilar a tal personaje, el divulgador y
se me antoja en esta ocasión en base al ejemplo más directo que tengo, si
bien no el mejor, que es el mío, hurgar en las motivaciones que nos llevan a
compartir el conocimiento con los demás.
Se me antoja como premisa inicial marcar el amor hacia el conocimiento como
el elemento sustancial que propicia el compartirlo. Pero el compartirlo no
como una clase formal, sino como una pasión, una experiencia, una serie de
vivencias, una aventura, una herencia que cargamos sobre nuestros hombros y
que es el producto de la especie humana, en la figura tanto de famosos
científicos como de muchos anónimos que han y acrecientan el saber
constantemente.
Tal sustancia ya hace diferentes las cosas.
En mi experiencia personal, ese fue el elemento que me llevo hace treinta
años a iniciar la tarea de divulgar.
Sin embargo, tiempo después, en la medida que revisaba mi propia trayectoria
en el aprendizaje de la Astronomía, el cual no ha concluido, y me percataba
lo difícil que había sido alimentar mi vocación no sólo con información
accesible como pueden ser los libros, tan escasos y caducos, sino también
con el contacto personal a través de las charlas con hombres de ciencia o la
asistencia a centros de divulgación científica, tan poco frecuentes ambos en
provincia, la perspectiva fue modificándose.
Sumo además, el embate constante y progresivo de las pseudociencias y el
pensamiento dogmático a nivel mundial. Muestra elemental de ello en pleno
siglo XXI, es la presencia garantizada del horóscopo en muchos medios
impresos contra la esporádica aparición de un artículo científico.
Esto me llevó a considerar la tarea de la divulgación científica, no como
una necesidad, sino como una urgencia.
Si bien la ciencia no lo puede resolver todo, si se vuelve imprescindible en
el mundo actual. Vivimos inmersos en un mundo de ciencia y tecnología desde
la cocina hasta la oficina. Somos usuarios constantes de aparatos y las
comunicaciones nos permiten estar virtualmente en cualquier lugar.
Pero la ciencia no se restringe al producto consecuencia de sus búsquedas,
presente en el avance tecnológico. La ciencia, como y junto con el arte,
resumen en toda su intensidad nuestro carácter de homo sapiens, término que
nos diferencia del resto de las especies en el planeta Tierra.
La ausencia de una cultura científica se revierte como la falta de
conservación del habitab, el planeta; como la ausencia de un pensamiento
crítico y del escepticismo, tan fundamentales para moldear un destino
global. Un destino como humanidad.
De ahí que la tarea me parezca inmensa. De ahí que hayan surgido los
mecanismos para estar, en todas las formas y todos los medios posibles
creando los conductos para que haya un constante flujo del conocimiento
científico y, en particular del astronómico, a quienes sea posible.
El prestigiado maestro Ruy Pérez Tamayo plantea que la fuga de cerebros no
se restringe a aquellos que cruzan las fronteras, sino también, entre otros,
a quienes no recibieron el nutrimento suficiente y adecuado para su
vocación. He comprobado que eso es verdad.
He tenido la fortuna de encontrarme con seres cuyo destino parecía concluido
y remoto a su original interés por la ciencia y que gracias a una charla o a
una observación astronómica cancelaron su presente para buscar un futuro en
la ciencia.
He recibido el agradecimiento de alguien que puede asomarse al mundo de la
ciencia con facilidad, comprobando que ésta no es para iniciados.
He visto el asombro de un niño al percatarse que el mundo es algo más que
finanzas y mercadotecnia.
El siglo XXI no ha iniciado. No fue el arrancar una hoja del calendario. El
siglo XXI dará inicio en nuestra mente cuando nos percatemos del mundo en
que vivimos realmente y en el cual la ciencia contribuye en forma
impresionante.
La ciencia ficción es alcanzada y en ocasiones rebasada por la ciencia real.
Viajes a Marte, el genoma humano, la búsqueda seria de inteligencia
extraterrestre, la masa del neutrino, la inteligencia artificial, el futuro
del universo.
Todas estas y tantas cosas mas en el mundo de la ciencia que de hecho han
ocurrido ya mientras pronuncio este discurso, requieren de infinidad de
apasionados traductores que como puente entre la comunidad científica y la
comunidad en general, contribuyan a crear una cultura y un pensamiento
científico. Sean como la llama de una vela en la oscuridad.
«Vivimos en una sociedad profundamente dependiente de la ciencia y la
tecnología y en la que nadie sabe nada de estos temas. Ello constituye una
fórmula segura para el desastre», señaló Carl Sagan en una de sus tantas
obras.
Pertenecientes al campo de la ciencia o no, los divulgadores tenemos que
contribuir a destruir tal fórmula con pasión, con conocimiento, con
imaginación, con perseverancia.
Sr. Secretario de Educación Pública:
En todos los divulgadores de la ciencia y la técnica, conocidos o
desconocidos, hay un regimiento de apoyo a la Educación y a la creación de
una cultura científica.
Por nuestra parte, mis compañeros y equipo de la Universidad, desde el
Desierto de Sonora habremos de lanzar el próximo miércoles 2 de mayo a las
13 hrs. por el cyber-espacio en vivo, la primera luz e imagen del primero de
cuatro telescopios del nuevo Observatorio Astronómico Solar-Estelar «Carl
Sagan», cuya misión, además de científica, será la de ser un espacio
constante de aprendizaje en Astronomía para cualquier niño, joven y adulto
que lo desee. Un observatorio para todos.
Por mi parte, continuo mi tarea y como primera acción después de este
significativo momento, me permito el obsequiarle lo que siempre he
considerado es el mejor regalo: un libro. La impresión fotomecánica, primer
original, del libro «101 Preguntas Clásicas de Astronomía», que escribí y
actualmente se encuentra imprimiéndose en mi alma mater, para aparecer en
aproximadamente trece días más. Espero se deleite con este paseo por el
Universo.
Vale y continua el compromiso y ante la acción, el mejor respaldo de
cualquier palabra.
Muchas gracias.