Cuando el Columbia, en la misión de las lanzaderas de la NASA número 107 reentraba en la atmósfera terrestre, el 1 de febrero de 2003, la pérdida de varias losetas cerámicas del ala izquierda generó un sobrecalentamiento y una pérdida de control de la nave, que estalló a algo más de 50 km de altitud, matando a los siete tripulantes. Una catástrofe que marcó un hito en la historia espacial, cerrando casi definitivamente el programa de los transbordadores espaciales. Desde entonces, sólo se ha realizado el controvertido vuelo del Discovery a finales de julio de 2005, y los problemas detectados en los aislamientos hicieron que la NASA desestimara continuar con el proyecto.
Sin embargo, no todos los seres vivos abordo del Columbia murieron.
Supervivientes
Un artículo (PDF) aparecido el el último número de la revista Astrobiology, escrito por uno de los equipos que aportaban experimentos para esa misión del Columbia, dirigido por Catharine A. Conley y Nathaniel K. Szewczyk, del centro de Investigación Ames-NASA ha permitido conocer que un cultivo de gusanos de la especie Caenorhabditis elegans sobrevivió a la explosión a una velocidad de 18 veces la del sonido, a la caída de más de 40 kilómetros y al impacto contra el suelo a unos 800 kilómetros por hora.
Entre los restos del accidente, dispersados por una amplia área de los estados del sur de Estados Unidos, aparecieron los contenedores de los experimentos biológicos, y cuatro de los recipientes llegaron casi intactos. Según pudieron comprobar los responsables de la misión meses después, tras el análisis pericial que investigaba las causas del accidente, varias generaciones de estos Nematodos (que viven, en promedio una semana y alcanzan un tamaño de un milímetro de longitud) siguieron vivas dentro de la cánula con el cultivo bacteriano que los alimentaba.
A pesar de haber sufrido un impacto equivalente a más de dos mil veces la fuerza de la gravedad terrestre, algunos de estos gusanos habían sido capaces de sobrevivir.
Animales en el espacio
No era la primera vez que se mandaba esta especie de gusanos al espacio en misiones del transbordador espacial. En enero de 1992 un primer experimento con C. elegans intentó comprobar si su ciclo vital resultaba alterado por las condiciones de microgravedad reinantes en el Discovery, mostrando que aparecían anormalidades en el desarrollo sustanciales. En esa misión, la STS-42, subieron también huevos de gamba y de moscas de la fruta, semillas de lenteja y varios cultivos bacterianos. Posteriormente, en marzo de 1996, en la misión STS-76 con la nave Atlantis, se intentó comprobar el efecto directo de las radiaciones cósmicas sobre el desarrollo de los C. elegans pero tanto los gusanos espaciales como los de control que habían dejado en la tierra murieron, posiblemente por falta de oxígeno.
En parte, el problema se debió al diseño del contenedor con las muestras, que hacía que en ciertos momentos los Nematodos llegaran a sufrir tensiones equivalente a diez mil veces la fuerza de la gravedad terrestre. Para la misión STS-107 del Columbia, se habían diseñado unos contenedores especiales, con un medio de cultivo específico para asegurar que varias generaciones de los gusanos pudieran sobrevivir. Y todo ello sin que se requiriera manipulación por parte de los expertos de la misión. Un proceso automatizado cuya evaluación quedó truncada por el accidente, aunque ahora parece haber sido corroborado, vistos los hechos.
Astro-biología
En cualquier caso, a lo largo de la historia de las misiones espaciales, la investigación biológica, principalmente pensada para evaluar cómo afectan las condiciones de los vuelos orbitales, como son la de microgravedad o la exposición a un campo de radiaciones mucho mayor que el existente en la superficie de la Tierra. Igualmente, el desarrollo de los seres vivos en estas condiciones, incluso su capacidad de aprendizaje o de reproducción, han sido evaluados en numerosos experimentos abordo de los laboratorios espaciales y de misiones como las mencionadas de los transbordadores espaciales.
El primer animal en orbitar la Tierra fue la perra Laika, en noviembre de 1957, abordo de la misión soviética Sputnik-2. Los americanos lanzaron a Gordo, un mono ardilla, en diciembre de 1958. Pero ya a finales de los años 40, en las V2 alemanas modificadas por los estadounidenses, subieron por encima de la atmósfera moscas y también pequeños simios. El zoológico espacial se compone de muchas especies: además de perros y monos, ratas, tortugas, ranas, insectos, gusanos, crustáceos, peces… No fueron «elegidos para la gloria», pero las investigaciones biológicas son uno de los fundamentos del desarrollo de la ciencia espacial, que el próximo año cumplirá su primer medio siglo de vida.
Panspermia
Los autores especulan que este curioso hecho muestra que algunos organismos vivos podrían sobrevivir a la violenta entrada en la atmósfera terrestre de un objeto espacial. Uno de los argumentos clásicos en contra de la idea de que la vida hubiera vendio a la Tierra sembrada en algún tipo de impacto cósmico (por ejemplo, desde un cometa, como proponía la teoría panspérmica de Hoyle y Wickramasinghe) consistía en la imposibilidad de sobrevivir a la enorme deceleración, el impacto y el consiguiente sobrecalentamiento de un proceso de ese tipo. Aunque estas especulaciones siguen teniendo grandes problemas de credibilidad científica, en cualquier caso, es cierto que el hallazgo de los gusanos del Columbia deja abierta, al menos, alguna posibilidad.
Árboles lunares
Dentro de las historias curiosas, y poco conocidas, relacionadas con las investigaciones espaciales, una de las más llamativas es la que tiene que ver con cientos de árboles, plantados por todo el mundo, que nacieron de semillas que estuvieron en la Luna. A finales de enero de 1971, en el Apolo XIV, la tercera misión que logró posarse en nuestro satélite, estaba Stuart Roosa, un astronauta que llevó, entre sus pertenencias personales, un cilindro con semillas de varias especies de árboles: roble, secoya, sicomoro, abeto Douglas y pino amarillo. Como cuenta Paco Bellido en su recomendable bitácora El beso en la Luna, a finales del 75, como inicio de la celebración del bicentenario de los EEUU, estas semillas se plantaron en diversos lugares del mundo: hay varios árboles “lunares” en la Casa Blanca, en la Plaza de la Independencia de Filadelfia, o en los jardines del palacio imperial de Japón. Incluso, a través de Internet, se pueden comprar semillas de estos árboles.
Javier Armentia es Director del Planetario de Pamplona