La madre de todos los diamantes
Deja en ridículo a La Estrella de África, el diamante que brilla en la intersección de la cruz del cetro real británico. Los 530 quilates de peso -un quilate equivale a un quinto de gramo- del diamante más grande del mundo son una minucia comparados con los 10.000 quintillones de quilates -un 1 seguido de 34 ceros- del más grande de la galaxia. Está a 50 años luz de la Tierra y mide 4.000 kilómetros de diámetro; poco más que la Luna.
«¿Es la madre de todos los diamantes! Algunos lo llaman Lucy, en honor de Lucy in the sky with diamonds, la canción de los Beatles», dice Travis Metcalfe, director del equipo del Centro Harvard-Smithsonian de Astrofísica que ha descubierto la joya. El diamante de la galaxia se llama BPM 37093 y está en la constelación de Centauro. Es el núcleo de una enana blanca, el cadáver de una estrella que en el pasado fue como el Sol y que, tras morir -tras haber agotado su combustible nuclear-, se enfrió y se contrajo hasta un tamaño cercano al de nuestro planeta. Su corazón de diamante está envuelto por un fina capa de hidrógeno y helio.
La prueba del algodón
«Las enanas blancas más abundantes son las de de nitrógeno y de carbono. La teoría dice que, en las de carbono, cuando se enfrían hay posibilidades de que el núcleo cristalice. Y el carbono puro cristalizado es diamante», explica el astrofísico José Félix Rojas, de la Universidad del País Vasco. Para este investigador, lo que han hecho los científicos estadounidenses «es la prueba del algodón» respecto a las estrellas de diamante. «Sabíamos que existían desde hace décadas, pero sólo ahora ha podido localizarse una», señala Michael Montgomery, de la Universidad de Cambridge y uno de los coautores del trabajo, que se publicará en The Astrophysical Journal Letters.
La existencia de enanas blancas con núcleo de diamante fue predicha independientemente por Kirzhnitz, Abrikosov y Salpeter a principios de los años 60 del siglo pasado. La estrella analizada por los científicos del Centro Harvard-Smithsonian de Astrofísica no sólo brilla, sino que además resuena como un gigantesco gong, a un ritmo constante. «Midiendo esas pulsaciones en su luz, hemos sido capaces de estudiar su interior del mismo modo que las mediciones de los sismógrafos permiten a los geólogos estudiar el interior de la Tierra», indica Metcalfe.
Lucy no es un caso aislado en la Vía Láctea. Entre las estrellas que seguirán sus pasos, está el Sol, que se convertirá en una enana blanca dentro de 5.000 millones de años. Los astrónomos calculan que, unos 2.000 millones de años después, su núcleo se cristalizará y se formará un diamante en el centro del Sistema Solar. «Nuestro Sol será un diamante para siempre», afirma Metcalfe.
Referencias
- Nota de prensa, Centro Harvard-Smithsonian de Astrofísica (en inglés).
© 2004 El Correo–Luis Alfonso Gámez. Publicado con permiso. Prohibida la reproducción.