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Historia de las Leónidas
Víctor R. Ruiz

En noviembre de ese año, una increíble lluvia de estrellas cubrió todo el cielo, cundiendo el pánico entre la
población mundial. Dicho fenómeno, conocido como las Leónidas, se ha venido repitiendo desde entonces cada 33 años, aunque no con la misma intensidad. La noche del 17 al 18 de noviembre de 2001 es la próxima cita.

Historia

La historia de esta tormenta de estrellas fugaces va muy ligada al
descubrimiento de la naturaleza del fenómeno. La noche del 12 al 13 nov
1833 una inusual actividad de meteoros (o estrellas fugaces) pudo
obervarse desde América. Poco después de la puesta de sol se contempló una
gran cantidad de meteoros. La actividad fue creciendo paulatinamente y
tuvo su máximo nivel poco antes de la salida del sol, la madrugada del día
13. En ese momento, los meteoros inundaron todo el cielo, ofreciendo un
espectáculo único y terrorífico para las gentes de la época. Agnes Clerke:
«En la noche del 12 al 13 de noviembre de 1833 una tempestad de estrellas
fugaces cayó sobre la Tierra. Todo el cielo estaba surcada de trazos y de
majestuosos bólidos que iluminaban el cielo. En Boston, la frecuencia de
los meteoros se estimó como la mitad de los copos de nieve que se ven en
una fuerte tormenta».

Aquella noche, muchas personas creyeron que había llegado el Día del
Jucio Final. El hecho conmocionó a las gentes de aquella época. No en vano
el historiador estadounidense R.M. Devens tenía en su lista a esta
tormenta entre los eventos más importantes de EEUU. Devens escribió que
«durante las tres horas del suceso, se creyó que el Juicio Final esperaba
sólo a la salida del Sol y, aún muchas horas después del cese de la
lluvia, los supersticiosos creían que el Día Final llegaría en sólo una
semana». Este relato parece trasladarnos en el tiempo a las épocas de la
Edad Media. Joe Rao afirma que para los EEUU la tormenta de las Leónidas
de 1833 supuso una revitalización del fervor religioso que desde entonces
y hasta nuestros días se han arraigado en forma de sectas.

Pero el Apocalipsis de San Juan no se llegó a cumplir. ¿Cual era el
origen real de los meteoros? Algunos periódicos se aventuraron a publicar
algunas hipótesis. El diario Charleston Courier, por ejemplo, afirmaba
que las estrellas fugaces eran gases, como el hidrógeno, que procedentes
del Sol se incendiaban en la atmósfera debido a la electricidad o por la
acción de partículas fosfóricas. El United States Telegraph de
Washington (EEUU) tenía su propia teoría: «El intenso viento del Sur de
ayer ha podido encontrarse con una masa de aire electrificado, que, debido
al frío de la mañana, hizo descargar sus contenidos sobre la tierra».

Una mirada crítica a nuestra sociedad
atea
,
Erik Arnesen (Oslo).

Como hemos visto, en 1833 era creencia común que las estrellas fugaces
eran fenómenos atmosféricos y de ahí su nombre de meteoros. Pero la
obstinación científica de un profesor de la Universidad de Yale, puso luz
sobre la naturaleza de las estrellas fugaces. Después de varios meses de
intenso estudio, en 1834 Denison Olmsted publicó sus conclusiones.
Constató que en el año 1832 se había visto una actividad algo más alta de
lo normal, tanto en Europa como Medio Oriente, pero en 1833 sólo se había
visto la tormenta de meteoros desde la parte oeste de EEUU. A partir de
sus propias observaciones, calculó el punto celeste de donde parecían
radiar los meteoros de la tormenta, situándolo en la constelación de Leo.
Denison, acertadamente, concluyó que las estrellas fugaces provenían de
una nube de partículas situada en el espacio.

La expectación surgida en los entornos astronómicos a partir de la
tormenta de las Leónidas de 1833, instó a la revisión de los registros
astronómicos de siglos anteriores. Resumiendo todos los datos disponibles
hasta 1837, Wilhelm Olbers determinó el periodo de las tormentas de
Leónidas en 33-34 años, prediciendo un nuevo máximo en 1866. Y mientras se
acercaba esa fecha, nuevos datos iban apareciendo gracias a la labor de
investigación histórica. Salieron a la luz observaciones de la tormenta en
los años 585, 902, 1592 y 1698.

Llegado el año de 1866, y tal como había predicho Olbers, la tormenta de
las Leónidas mostró tasas de actividad máximas de 17.000 meteoros por
hora. En 1867 también se tuvo gran actividad, de 6.000 meteoros/hora.

Otra fecha para recordar en la historia de la astronomía es la del 19 de
diciembre de 1865. Ese día un astrónomo francés, Ernst Tempel, descubrió
un cometa de moderado brillo en la Osa Mayor. Semanas más tarde, el Horace
Tuttle desde EEUU realizaba un descubrimiento independiente del cometa.
Dos años más tarde los astrónomos pudieron calcular la órbita del cometa
Tempel-Tuttle y compararla con las de las partículas de las Leónidas.
Varios autores, entre los que se encuentra Giovanni Schiaparelli, se
dieron cuenta de la similitud de las trayectorias en torno al Sol de los
meteoros y del cometa. Final y acertadamente determinaron que la «nube
espacial» de Denison era producida por el cometa P/Tempel-Tuttle.

Ahora conocemos que la Tierra cruza por la nube de materia dejada por el
cometa Tempel-Tuttle cada año hacia el mes de noviembre, produciendo una
actividad baja de sólo 50 meteoros/hora. Para que se produzca una
actividad muy alta (tormenta) el cometa debe estar situado cerca de la
Tierra, algo que ocurre cada 33 años. Dependiendo de la cercanía del
cometa con la Tierra se producirá mayor o menor actividad. Por esa razón,
en algunas tormentas previstas se han observados unos pocos cientos
meteoros por hora y en otras ocasiones decenas de miles.

Por otra parte, los investigadores han revisado los archivos en busca de
registros históricos del cometa Tempel-Tuttle y han encontrado gratas
sorpresas. La más antigua de las observaciones corresponde a los chinos y
japoneses en el año 1366, quienes lo situaron en la constelación de la Osa
Mayor. 333 años después, G. Kirch desde Guben (Alemania) observó al
Tempel-Tuttle el 26 de octubre.

La tormenta ha tenido sus más y sus menos desde 1865. En vista de la
gran actividad registrada en noviembre de 1898, con más de 200 meteoros
por hora, los astrónomos esperaban contemplar una gran tormenta al
siguiente año y así lo difundieron a bombo y platillo en los medios de
comunicación. Pero llegado el mes noviembre de 1899 tan sólo se
contemplaron entre 50 y 100 meteoros por hora, produciendo una profunda
decepción del público. Para sorpresa de propios y extraños, en los cuatro
años posteriores la actividad de las Leónidas fue inexplicablemente alta.
En 1901 se vieron no menos de 7.000 meteoros/hora; en 1902, 400; y en
1903, unas 200 estrellas fugaces cada 60 minutos.

Las Leónidas aterrorizaron a las
gentes de todo el mundo. NASA-ARC.

El 17 nov 1966 es una fecha mágica para muchos de los observadores de
meteoros que tuvieron la suerte de contemplar el cielo. Durante las horas
anteriores al máximo, se veían 30 meteoros a la hora. Luego 200. Luego 30
por minuto. ¡Luego cientos por minuto! ¡¡Y después 40 por segundo!! En
algunos pueblos la gente corría a refugiarse en el interior de sus casas.
Dennis Milton, desde el observatorio Kitt Peak en EEUU, afirmó «Su número
era tan grante que nos preguntábamos cuantos se verían en un segundo si
abríamos y cerrábamos los ojos al mirar sobre nuestras cabezas… una tasa
de 150.000 meteoros por hora se observó durante 20 minutos». Otros
observadores estimaron entre 200.000 y un millón el número de estrellas
fugaces observadas.

¿El día del Juicio Final?

Dado que las partículas, mayormente microscópicas, de la nube cometaria
del Temple-Tuttle no se desintegran hasta los 100 km de altura, los
satélites artificiales estarán expuestos a un bombardeo interplanetario.
Las partículas que forman parte del enjambre de las Leónidas poseen unas
de las velocidades geocéntricas más altas de todas las lluvias de
estrellas fugaces conocidas. Aunque la mayor parte de estas partículas son
micrométricas, algunas pueden tener entre gramos o kilos de masa. Teniendo
en cuenta que cada meteoroide se acerca a nuestro planeta a 255.000 km/h,
un pequeño grano de arena leonil podría destrozar con facilidad
cualquier ingenio humano en órbita.

Fotografía del máximo de las Leónidas
de 1966. Se puede observar claramente el efecto del radiante: todos los
meteoros proceden de la constelación de Leo. NASA-ARC.

Lejos de estar realizando un comentario oportunista, a principios de
este año se celebró un congreso dedicado especialmente a esta
problemática. William Ailor, de Aerospace Corporation, compareció en la
Cámara Baja estadounidense para comentar las recomendaciones que se han
realizado a los responsables de satélites artificiales en previsión del
máximo de las Leónidas. Durante el periodo del máximo, los controladores
de satélites deben estar sobre aviso y comprobar la salud del satélite de
forma frecuente. Para evitar daños, se deben orientar los satélites para
que los instrumentos sensibles y así queden fuera de la trayectoria de las
partículas. Finalmente, en caso de fallo, es mejor tener a mano los planes
de contigencia.

Por si fueran pocas las precauciones, las misiones tripuladas de la
lanzadera espacial han sido pospuestas para fechas posteriores.

Otros datos de interés sobre los meteoros

Existe una gran confusión entre el significado de vocablos de similar
fonética. Un meteoro no es ni más ni menos que la denominación en círculos
astronómicos de las bien conocidas estrellas fugaces. Las estrellas
fugaces son pequeñas partículas de cometas y asteroides que han estado
vagando por el espacio hasta que la Tierra se encuentra en sus camino y
caen a la atmósfera. Por fricción, estas partículas se desintegran,
produciendo el rastro luminoso que identificamos como meteoro o estrella
fugaz.

Cuando los meteoros son muy brillantes se les denomina bólidos, los
cuales ya suelen tener algunos gramos de peso. E incluso, cuando son muy
masivos -del orden de algunos kilogramos- no se consumen del todo en su
entrada a la atmósfera de nuestro planeta y logran impactar en el suelo o
caer en el agua. Es cuando se les llama meteoritos.

El interés de la observación de meteoros, es que están asociados a los
cometas. Cuando un cometa, de órbita elíptica o circular, regresa una y
otra y otra vez al Sistema Solar interior, dando vueltas alrededor del
Sol, con el material que emite y que identificamos con su cola, logra
formar un tubo meteórico. Los tubos meteóricos son como cañerías de polvo
cometario que circunscribe a la órbita del cometa generador, más denso
cuanto más cercano esté el cometa. Cuando alguna parte de la órbita del
cometa se corta con la órbita de la Tierra, en la época en que nuestro
planeta lo cruce se tragará las partículas del tubo meteórico que
encuentre en su camino.

Por una cuestión de perspectiva, similar a la del efecto del
hiperespacio en Star Trek o la Guerra de las Galaxias, un observador en la
Tierra ve cómo las estrellas fugaces parecen radiar de un mismo punto (si
pertenecen a ese tubo meteórico, en una noche pueden haber varias lluvias
de meteoros activas). Éste efecto es sólo evidente si dibujamos las
estrellas fugaces que observamos en lluvias con gran actividad.

Con nuestras observaciones de estrellas fugaces podemos llegar a
determinar la órbita original del cometa que las genera y hasta su
composición.

Bibliografía

  1. Leónidas, Una historia de dos lluvias, por Mark Kidger. Meteors 42.
  2. La actividad del enjambre meteórico de las Leónidas durante 1994 y 1995:
    Expectativas futuras, por Josep Mª Trigo. Meteors 43, SOMYCE.

  3. The Leonids: King of the Meteor Showers, por Joe Rao. Sky & Telescope, nov
    1995.

  4. The Leonid’s Last Hurrah?, por Joe Rao. Sky & Telescope, nov 1996.
  5. History of Leonids, por Gary Kronk. Página de meteoros y cometas de Gary
    Kronk.

  6. Results of the 1996 Leonid Maximum por Rainer Arlt, Jürgen Rendtel y Peter
    Brown. Artículo remitido WGN, the Journal of IMO.

  7. Meteoros en noviembre, por Josep Mª Trigo. Universo 31.

Leónidas 2001