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Marterizados: Historia incompleta de la conquista de Marte
Víctor R. Ruiz

Érase una vez…

El mito de Marte se remonta al siglo XIX. Quizás influidos por el
nuevo florecimiento de la ciencia, y las grandes similitudes entre
Marte y nuestro planeta, se produjo una fiebre marciana que aún se
perpetúa. Hoy en día sabemos que el Sistema Solar no está poblado de
seres con dos antenas dispuestos a dispararnos con pistolas de
energía, y nos hemos resignado a buscar vida inteligente más allá de
nuestra habitación galáctica.

Pero hace unos siglos el panorama extraterrestre era totalmente
diferente.

Antes de la invención del telescopio, la humanidad estaba resignada
a ver el cielo tal y como aparecía a simple vista. Sin ninguna lente
de aumentos, los planetas no eran más que estrellas brillantes que se
paseaban entre las constelaciones de estrellas fijas.

Todo cambió cuando Galileo Galilei dirigió su anteojo a las alturas
y descubrió, aún con su rudimentario telescopio, que los planetas no
eran como las estrellas. Y descubrió que Venus tenía fases. Y que
Saturno era tricorpóreo. Y que Júpiter también tenía una corte de
satélites. Años después, en 1659, Christian Huygens identificó la
marca más evidente de la superficie de Marte, Syrtis Major, la cual
cambiaba con el transcurso de las estaciones. Gracias a estas marcas
pudo calcular su rotación, estimada en 24 horas y 36 minutos. Giovanni
Cassini, posteriormente, descubrió los casquetes polares. Así dio
comienzo la leyenda del planeta de los marcianos.

En 1802, el matemático alemán Karl Friedrich Gauss sugurió realizar
una señal de inteligencia a los marcianos. En concreto, quiso hacer un
triángulo gigantesco en las nieves de Siberia.

El primer mapa de la superficie de Marte fue completado en 1834 por
Wilhelm Beer y Johann Heinrich von Madler desde Berlín, a partir de
dibujos de los años 1830 y 1832.

Hacia el año 1877, Marte y la Tierra tuvieron uno de sus
acercamientos mutuos bianuales más favorables de aquel siglo. Esto
permitió que los astrónomos de la época realizaran dibujos detallados
de la superficie del planeta rojo a través de telescopios. Entre estos
observadores se encontraba Giovanni Schiaparelli. Este italiano,
realizó una concienzuda cartografía de las regiones de Marte y observó
una serie de marcas que denominó canales. Ese mismo año, Hall
descubrió sus dos pequeños satélites, Phobos y Deimos.

En en el Nuevo Continente, un joven de nombre Percival Lowell, quedó
prendado de los informes de Schiaparelli. ¿Eran los canales cañerías
para transportar agua desde los polos al ecuador? ¿Era esa la razón
por la cual los canales cambiaban por temporadas? Para saciar su
curiosidad, poco después de la muerte de Schiaparelli no dudó en
costruir un observatorio en Arizona, el Observatorio Lowell. Con un
buen telescopio, él mismo realizó una gran campaña de observación de
Marte y divulgó la idea de que en el planeta vecino existía vida
inteligente.

Esta creencia tomó raices en la incipiente cultura industrializada
de principios de siglo, y fue avivada en lo sucesivo por los nuevos
medios de comunicación masivos como la radio. Precisamente uno de los
inventores de la radio, Guglielmo Marconi, fue de los primeros
investigadores en el campo de la búsqueda de inteligencia
extraterrestre, seguido de su eterno rival Nikola Tesla. En 1901 Tesla
detectó una serie de señales rítmicas y muy convencido de que
provenian de Marte, anunció al mundo su hallazgo. Que pasó al
inmediatamente al anectodario histórico.

La invasión marciana

En 1907 el Wall Street Journal llegó a decir que el acontecimiento
más extraordinario de los últimos años era «la prueba mediante
observaciones astronómicas de las que se concluye que existe una vida
humana inteligente en el planeta Marte». Ignoramos si lo que los
agentes de bolsa neoyorquinos esperaban eran inversiones marcianas.

En general, la opinión de los más ilustres astrónomos de hacia
principios del siglo XX era reacia a aceptar tan felizmente la
existencia de vida inteligente en las cercanías de la Tierra. Aunque
la astronomía progresó a pasos agigantados durante los primeros
decenios del siglo XX, con nuevos, mejores y mayores telescopios y
nuevas técnicas de observación, no se hizo ninguna revelación notable
sobre el planeta.

Este estancamiento supuso ser un buen caldo de cultivo para el
desarrollo de la ciencia ficción. En 1912, Edgar Rice Burroughs
comenzó una serie de 11 novelas sobre el humano Jonh Carter, a quien
sitió perdido en la superficie de Marte y acompañado de hombrecillos
verdes. Aunque quizás un poco antiestético para un planeta rojo, a
este escritor le debemos el placer de haber popularizado tal color de
piel entre los extraterrestres.

La noche de Halloween de 1938, finalmente, los marcianos llegaron a
los hogares de los estadounidenses via radio. Orson Welles llevó a
término la representación radiofónica de la novela «La guerra de los
mundos» de H.G. Wells. Al utilizar un estilo de crónica en directo,
miles de los millones de oyentes cayeron en la ingeniosa trampa del
que sería uno de los mejores directores de cine, pensando que, en
verdad, Estados Unidos estaba siendo invandida y destruida por crueles
extraterrestres, quienes se deshacían alegremente de los frágiles
seres humanos. De esta forma comenzó el programa: «Señoras y señores,
interrumpimos nuestro programa musical para ofrecerles un parte de
última hora de la Red Internacional de Radio Noticias. A las nueve
menos veinte, hora del Este, un profesor en el observatorio de
Chicago, Illinois, informó que explosiones puntuales de gas
incasdescente se suceden a intervalos regulares en Marte. Se ha
indicado que el gas es hidrógeno y se mueve hacia la Tierra a
velocidades a enormes velocidades. Un profesor en Princeton confirmó
las observaciones en Chicago y describió el fenómeno como algo
parecido a una llama lanzada por un cañón. Volvemos ahora a nuestra
programación habitual».

En 1950 el padre de la astronáutica, Werner von Braunn, escribió
«Proyecto Marte», un relato en el que describía el viaje al planeta
rojo de 10 naves y 70 humanos.

En los años de la popularización de la televisión y el cine como
medios de comunicación masivos, permitió que también se extendiera el
género de la ciencia ficción aplicada a las invasiones marcianas.

La invansión terrícola.

Aunque las observaciones de Schiaparelli y Lowell cayeron en el
olvido, el enigma de la existencia de vida en Marte siguió sin
solventarse. El lanzamiento del Sputnik en 1957 y los primeros pasos
del ser humano hacia la conquista del espacio supusieron nuevamente un
gran empuje para las teorías fantásticas de los viajes
interplanetarios.

La exploración de Marte comienza con el Mariner 4, una sonda
construida por la NASA. Tras siete meses de travesía, sobrevoló al
planeta rojo el 14 de julio de 1964 y envío a la Tierra fotografías de
Marte. En total fueron sólo 18.

Pero supo a poco. En 1969, las sondas Mariner 6 y 7 se enviaron con
un mes de diferencia para sobrevolar el polo y el ecuador
respectivamente. Estas misiones fueron mucho más productivas. No sólo
enviaron 200 fotografías de buena parte de Marte, sino que además
escudriñaron Fobos mediante cámaras de televisión. Simultáneamente, el
Apolo 11 llegaba a la Luna. Pero estas sondas tampoco sirvieron para
saciar la sed de planeta rojo.

En 1971 la NASA lanzaba una de sus misiones más ambiciosas. El
Mariner 9 fue el primer satélite artificial en orbitar alrededor de un
planeta. Pero al llegar se encontró con una tormenta de polvo a escala
global que ocultaba la superficie del planeta. Al mismo tiempo, los
soviéticos tenía a las Mars 2 y 3, cada una compuesta de un orbitador
y un explorador terrestre. Al ver que no remitía la tormenta y que se
les acababa el combustible, se decidieron por hacer aterrizar a los
exploradores. La Mars 2 se estrelló al estropearse los cohetes. Pero
el Mars 3 se convirtió en el primer ingenio humano en posarse
suavemente sobre Marte… aparentemente. Envió imágenes durante 20
segundos. Los orbitadores Mars, por su parte, continuaron enviando
imágenes hasta 1972. En cuanto a la Mariner 9, las imágenes que envió
una vez remitía la tormenta sorprendieron a los científicos de la
NASA… ¡¡de verdad habían canales en Marte!! Aunque no había ni
rastro, toda la superficie aparecía marcada por lechos de agua,
antiguos ríos ahora secos.

En 1973 la agencia espacial soviética envió cuatro sondas. Las Mars
4 y 5 eran orbitadores y las Mars 6 y 7 exploradores terrestres.
Siguiendo el ejemplo de sus antecesoras, la Mars 4 perdió el rumbo y
no se insertó en órbita, aunque pasó cerca del planeta. La Mars 5 sí,
y envió imágenes durante 10 días. La Mars 6 no llegó a aterrizar viva
y la Mars 7 se perdió por el camino. Los soviéticos jamás han tenido
una misión más exitosa que la Mars 5.

Después del relativo éxito de las misiones Mariner y el de los
soviétos al aterrizar naves en la superficie de Marte, la NASA ideó un
plan más ambicioso: las Viking. Éstas sondas constarían, cada una, de
un orbitador y un explorador, que al llegar al plenta rojo se posaría
suavamente sobre su superficie y la analizaría en busca de indicios de
vida. Las Viking 1 y 2 fueron lanzadas en el año 1976. Tanto los
orbitadores como los exploradores fueron misiones tremendamente
productivas, generando una cartografía completa con buena resolución y
aportando los datos básicos que han servido a los planetólogos durante
más de 20 años para estudiar a este curioso planeta. Los exploradores
Viking enviaron por vez primera imágenes inéditas de un panorama
desértico y a la vez helado. Los experimentos in situ no revelaron
ningún indicio de vida, lo que desanimó nuevamente al público y
también a los astrónomos. Parecía que en cada nueva misión, Marte daba
una de cal y otra de arena. Por los datos de estos exploradores,
sabemos que las condiciones atmosféricas en la superficie de Marte son
similares a las que existen en la Antártida. El verano es gélido con
unos – 60° C de temperatura media y la atmósfera, en su mayor parte
compuesta de CO2, es tan ténue que el agua no podría mantenerse en
estado líquido. Precisamente, la composición atmosférica permite que
los rayos ultravioleta lleguen al suelo. No es posible la vida
terrestre común en Marte. Pero los experimentos a bordo de la Viking 1
y 2 no arrojaron conclusiones definitivas. Los resultados determinan
que sí existe actividad química en el suelo de Marte, pero no ofrece
datos acerca de si está relacionado con alguna forma de vida o es por
efectos naturales del propio suelo.

El premio al logro de las Viking fue el olvido para Marte. Durante
una década, la NASA invirtió sus esfuerzos en sondas interplanetarias
como las Pioneer y las Voyager y dejó de lado al planeta rojo.

El imperio contraataca.

Pero los soviéticos tenían su cruz particular. Después de 15 años,
quizás pensando si valía la pena intentarlo de nuevo o no, la URSS
lanzó en 1988 y 1989 dos sondas destinadas a realizar un estudio
completo de una de los dos satélites marcianos, Fobos. Esta misión era
muy ambiciosa y contaba con el apoyo de 14 paises: cámaras,
espectrógrafos láser, exploradores… Fobos deriva del griego y
significa «terror», y fobia debieron sentir los técnicos cuando poco
después de recibir las primeras imágenes de la luna perdieron contacto
con Phobos 1. Meses después ocurrió algo similar con la Phobos 2. Por
supuesto, hubieron «escépticos» que afirmaron ver indicios de una
conspiración para ocultar datos relacionados con los extraterrestres.
En fín, lo de siempre.

La NASA reinició el asalto a Marte a mediadios de la década de los
noventa, cuando las Voyager ya habían cumplido su cometido y se
dirigían a los confines de nuestro Sistema Solar. La Mars Observer,
lanzada en 1994 por la NASA, suponía la primera misión para los
estadounidenses después de casi 20 años. Con ella, se inició un
proyecto más a largo plazo de investigación y estudio continuado de
Marte, en vistas a una posible colonización y en busca, también, de
nuevos datos sobre la posibilidad de vida. La Mars Observer fue la
primera de una pla para lanzar una sonda cada dos años, coincidiendo
con las oposiciones del plenta rojo. En concreto, la Mars Observer,
pretendría realizar un mapa más completo y con mejor resolución que
las Viking. Desgraciadamente, los infortunados fueron los americanos y
perdieron la comunicación con la sonda poco antes de llegar a su
destino.

Heredando el interés soviético por Marte, Rusia volvió a la carga y
renovó su empeño por finalizar exitosamente una misión. En esta
ocasión volvieron a contar con la ayuda internacional, incluida la de
los EEUU. Así que en 1996 lanzaron la Mars 96… que, tras un
lanzamiento defectuoso, se hundió en el Océano Pacífico.

Técnicas de venta al servicio de la ciencia

Coincidiendo con una explosión de interés por la astronomía, la
martemanía ha sido aprovechada por Daniel Goldin, actual administrador
de la NASA, para vender a la opinión pública la necesidad de invertir
en la investigación de Marte. En agosto de 1996, el presidente
estadounidense Bill Clinton, Daniel Goldin y un equipo de científicos
anunciaron el descubrimiento de una roca marciana que probablemente
contenía evidencias de vida. Cual oveja clonada, el meteorito ALH84001
saltó a todos los medios de comunicación. Con mucha determinación,
Bill Clinton anunciaba que los EEUU potenciarían la investigación del
planeta rojo, así que todos contentos.

ALH84001 fue encontrada en una expedición a la Antártida. En este
continente, la mayoría de los meteoritos se quedan atrapados e
intactos sobre los glaciares: los científicos no tienen más que ir a
recoger la siembra. Uno de estos meteoritos, encontrado en 1984 en la
montaña Alan Hills, fue catalogado en un primer momento como de origen
lunar, aunque años después pruebas químicas determinaron su correcta
procedencia. Examinado con potentes microscopios, un grupo de
científicos sospecharon que la química interna de la roca podía ser
explicada mediante actividad celular. Sin embargo, a dos años de este
anuncio, no existe un acuerdo en la comunidad internacional.

«Mejor, más rápido y más barato» es el lema de Daniel Golding. Habrá
quedado claro que nuevos aires corren en la NASA. Las misiones Viking
costaron mil millones de dólares en su época, que equivaldrían a 7
millardos actuales. Pero el fracaso parcial de la antenas de alta
ganancia de la Galileo, el agujero económico del Hubble, la pérdida de
la Mars Observer o el desastre del Challenger, pusieron en un aprieto
el prestigio de la institución científica más aclamada en todo el
globo terráqueo y los fondos destinados a la NASA han mermado
considerablemente. Por tanto, se impone la fabricación y puesta en
escena de misiones «buenas, bonitas y baratas». Y esto fue lo que
sucedió con la Mars Pathfinder.

Con un coste de 250 millones de dólares la Mars Pathfinder
(consistente en una estación meteorológica y de comunicaciones y un
explorador teledirigido) ha sido la misión más seguida desde la época
de los Apolo. No hay que negarle méritos a los ingenieros que
consiguieron aterrizar la sonda un 4 de julio y en horas de máxima
audiencia, a tiempo de desplegar los paneles solares y recoger una
panorámica de Ares Valles. Científicamente no ha sido una misión de
gran provecho, puesto que no ha realizado aportaciones muy diferente a
las realizadas por las Viking 21 años antes. Pero ha devuelto
definitivamente el interés del público y de los científicos al planeta
de los marcianos. Al igual que con las sondas vikingas, el Mars Rover
y el Pathfinder, volvieron a ofrecer fotografías de paisajes que bien
podrían ser de Almería, del Sáhara o de Arizona.

¿Y ahora qué?

En la actualidad, el programa de la NASA para enviar sondas cada dos
años continúa en marcha. El Mars Global Surveyor, lanzado en 1997, se
encuentra orbitando Marte y generando un mapa topográfico de gran
resolución. Los planes de la consquita de Marte han quedado tocados
tras las pérdidas de la Mars Polar Lander y Mars Orbiter en 1999. Sin
embargo, en octubre de 2001 llegará la Mars Oddissey 2001 y para el
2003 se lanzarán toda una tropa de exploradores al Planeta Rojo.

El viejo sueño de colonizar Marte queda aún muy lejos y no se
vislumbra ninguna decisión al respecto ni a corto ni a medio plazo.
Las grandes inversiones ya no se toman en consideración fuera de los
ámbitos de cooperación internacional y la puesta en marcha de la
Estación Espacial Alfa está devorando los bolsillos de las agencias
espaciales.

A este paso, a lo mejor nos invaden extraterrestres de verdad antes de
que pisemos Marte.

Artículo publicado en El Escéptico nº 1

Marte 2001